22 de marzo de 2010

En primera persona (anécdotas y experiencias)

A continuación, podréis leer una nueva entrega de En primera persona (anécdotas y experiencias). Este nuevo relato os parecerá sacado de una película de los Hermanos Marx o algo parecido. Se titula A la jaula y muestra hasta qué punto de irresponsabilidad puede llegar un empresario, con tal de ahorrarse dinero.

A la jaula

Una pletina metálica, cuatro barras de hierro, una cadena y unas chapas a modo de valla de seguridad. Dimensiones: un metro cuadrado. A simple vista, esta especie de invento llamado jaula iba a ser todo un éxito. Pero ¿para qué servía? Para montajes de altura, en nuestro caso, chimeneas de chapa. Para utilizar este artilugio de “último modelo” era necesario meterse dentro, engancharlo de una cuerda y elevarse por la fachada de un edificio, como si de un ascensor o plataforma elevadora se tratara. Arriba, en la terraza, una o dos personas se encargarían de amarrar la cuerda y tirar de ella (a mano) para subir la jaula y al operario que la ocupaba. Increíble. Todo un invento. Ahora sólo faltaba que llegara el momento adecuado para poner en práctica toda esta teoría.

Pasaron un par de días y el esperado momento llegó. Una plataforma elevadora (bautizada como jaula) iba a facilitarnos la dura tarea de montar una chimenea de chapa. Este artefacto no había sido sometido a ningún tipo de control. Sobraba con la aprobación de Blas, el jefe y el encargado, Julián: “esto aguanta”, dos palabras muy sabias que nos llenaban de tranquilidad y confianza, jaja. Ahora faltaba saber quién sería el valiente y temerario que subiría a la jaula. El voluntario, como siempre, Javier (Harry el Sucio) que, a pesar de ser el más veterano, era también el más pringao i sumiso a los mandatos de sus superiores. Nos metimos en la furgoneta Blas, Javier, dos operarios más, la jaula y yo; y nos dirigimos a la obra.

Cuando llegamos, comenzamos a montar el tinglao. Cuerda por aquí, cuerda por allá, ata esto aquí, aguanta tú esto acá y tú ¡súbete ya! Parecíamos profesionales y todo. El encargado de la obra flipaba con tanto avance tecnológico (made in chapuzilandia) Cuando estábamos cada uno en nuestros puestos, comenzamos a montar la chimenea, soporte a soporte y tubo a tubo. En cuanto a nuestros puestos, un compañero y yo estábamos en la terraza controlando que las cuerdas no se rompieran ni se desataran, subiendo manualmente a Javier en la jodida jaula y aguantando un sol de agosto muy poco amigable. En la parte de abajo, Blas contemplaba la situación y amarraba los tubos para que nosotros los elevásemos con otra cuerda y los colocásemos cerca de Julián y de la maldita jaula, para que éste los fijara a la fachada.

¿Piensan que fue un éxito? ¿Fue la jaula el invento del siglo? ¿Montamos la chimenea en tiempo récord?

La respuesta a todas estas preguntas es NO. Un claro y rotundo NO. La especie de jaula no dejaba de balancearse de un lado para otro, por lo que el valiente Javier (Harry el Sucio) no fue capaz de fijar más de dos soportes a la fachada. Las cuerdas estaban bastante deterioradas y no se partieron de milagro. Además, las chapas colocadas a modo de valla protectora no eran lo suficientemente altas como para superar la altura de la cintura del operario. Total, un verdadero desastre. Lo único que pudimos hacer es recoger y marcharnos. Increíble, pero cierto, pero más insólito aún fue la dejadez e indiferencia que mostró el jefe de obra ante tal burla a las medidas de prevención de riesgos laborales. ¿Cómo es posible que se improvise de tal manera con un tema tan serio? Será que, claro, el dinero es lo que cuenta, así que si se puede ganar tiempo y dinero con un invento casero… "no será tan malo", repetía una y otra vez mi jefe. Para mi asombro, la jaula se volvió a utilizar (con algunas “mejoras”) en diferentes obras y, por suerte, no paso nada. Yo ahora pienso que la suerte es mía por no trabajar allí más.

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